LA PRENSA LO VIÓ ASÍ:
MARCA

EL BARÇA SE ELEVA AL REINO DE LOS CIELOS

El cielo es azulgrana desde este 27 de mayo. Los ángeles del Fútbol Club Barcelona elevaron a los altares la Tercera Copa de Europa, la conquista que le faltaba al 'Pep Team' para proclamar su Imperio, el Reino de los Cielos azulgrana. El Viejo Continente se rindió a los pies de un equipo inigualable, elegido para marcar una época y entrar en la leyenda del fútbol. El United representó al gladiador derrotado en el coso romano, ante la atenta mirada del César. 'Los que van a morir te saludan'. El contrario del Barça conoce su final, como ocurría en el coliseo que dominaba el César. La víctima sufre los golpes de las armas azulgranas y acaba siendo devorado, después de rendirle pleitesía para el resto de los días. Le pasó al Manchester United, defensor de la corona. Los 'red devils' no se escaparon de un final que tenían marcado por el César azulgrana, sentenciando desde el trono. El United de Ferguson acabó hipnotizado por un fútbol mayestático, imperial. El Barça y su amigo el balón hicieron el resto. Ganó el fútbol y el Barcelona se ganó la eternidad. Gerard Piqué, imperial, fue el hombre de la final. El catalán ha nacido para hacer historia No importó la ausencia de Alves, Márquez o Abidal, que obligó una defensa de circunstancias que respondió por encima del partido. En defensa, se elevó el mejor jugador de la final, Gerard Piqué. El catalán fue el cerrojo del Barcelona en Roma. Todo lo hizo bien. Salió siempre bien al corte, originó el fútbol inigualable del 'Pep Team' y se agigantó. Puyol, en el lateral, siempre acudió al rescate, además de ofrecer una alternativa por el costado. Carles representó la sangre de ese escudo que lleva en las venas. En el centro del campo, Busquets se convirtió en el mejor guardaespaldas de dos futbolistas elementales y fantásticos. El sufrimiento inicial del Barça, del que salió vivo, se fue difuminando entre las botas de Xavi e Iniesta, imparables, unos ángeles del fútbol. El de Fuentealbilla originó el gol de Samuel Etoo, el que cambió el guión del encuentro. Los diablos del Manchester comenzaron arrolladores, con un tridente preparado para provocar heridas. Presión en campo contrario, incomodando la salida culé, y Cristiano con el cañón en las botas. Lo intentó de todas las maneras un futbolista que es igual de narcisista que de buen futbolista. Poco se le puede criticar a un Ronaldo que no vio portería y que recibió el 1-0 sin esperarlo. Iniesta y Etoo se cargaron el inicio de unos diablos en los que destacó un Cristiano que nunca se escondió Etoo recibió dentro del área un balón que venía pegado en la bota de Iniesta. El manchego no corrió sobre el verde, se marchó de dos defensores volando entre las nubes. Samuel, insaciable, rompió al mejor central del mundo, Nemanja Vidic, y se sacó un puntapié que llevaba un cuchillo. Fue gol. Cambió el mundo. Tras el golpetazo, el Barcelona encontró su sitio en el partido. Guardiola comenzó ganando la final desde la ventaja. Messi, como el Bernabéu, merodeó por el centro olvidándose de un sitio en la banda que fijaba su sombra. Ferdinand y Vidic no pudieron con el elegido de Dios, que corría y regateaba con una aureola. El United siguió fiel a su estilo. Sin poesía, los de Ferguson fueron directos al corazón. Tuvieron sus ocasiones, embistiendo. Ahí, apareció Valdés, que se merece un lugar que muchos le niegan. Siempre respondió. Víctor es parte importante del Campeón. El Mesías se apareció en Roma. El elegido de Dios acabó con la final El paso por vestuarios acrecentó el fútbol del Barcelona, que rozó el segundo en unos diez primeros minutos primorosos. Van der Sar le ganó un mano a mano a Henry y dio gracias por una falta de Xavi que repelió el palo. El United, que ya contaba con Tévez en el campo, pidió clemencia. El Barcelona le respetó, siendo inteligente, hasta que apareció el Mesías. Xavi levantó la cabeza y se marcó el mejor pase de los últimos tiempos, directo al segundo palo. Allí, estaba Messi, que en escorzo, conectó un cabezazo que acabó con la final. El United no tuvo respuesta, era demasiado. Ferguson quemó sus naves mucho antes danto entrada a Berbatov. El escocés, profesor de este deporte, perdió la batalla táctica frentre a un Guardiola calculador. Manejó la final a su antojo y se ganó un sitio en el Reino de los Cielos. Con el Triplete en la mano, el Barça subió a los cielos con su himno y su fútbol bajo el brazo. Al César lo que es del César. El fútbol tiene un Emperador que habla catalán y español.


EL MUNDO
UN CAMPEON DE LEYENDA

El Barcelona conquistó en Roma ante el Manchester United (2-0) su tercera Liga de Campeones con los goles de Samuel Eto'o y Leo Messi, uno en cada tiempo. Tras un inicio dubitativo, con los ingleses de Cristiano Ronaldo volcados sobre la portería de Víctor Valdés, ejerció un dominio implacable del juego hasta la victoria y un 'triplete' único en el fútbol español, con los títulos de Liga, Copa del Rey y Champions.
El efecto devastador de un descosido. En un mal movimiento salta un punto en la costura del pantalón, asoman los paños menores y la admiración se transforma en sonrojo. La elegancia del traje, el más caro del mundo, que portaba el United con ostentación, quedó desnuda por un desequilibrio de aspecto circunstancial, casual.
Lo que no es coincidencia es la catedral de FÚTBOL mayúsculo que, a partir de ese fundamento, fue capaz de construir el equipo español. Es el motor de todos sus éxitos, la piedra filosofal y el filón creativo de un año triunfal en todo. En esta final no importaron las bajas en defensa que amenazaban la integridad del equipo. La calidad, individual y colectiva, se impuso.
El impulso ultrasónico de un gol. Tras la salida más penosa de la temporada, con el Barcelona a merced de los ingleses - cuatro tiros de Cristiano Ronaldo, otro remate de Park, dos intervenciones mejorables de Víctor Valdés- una ráfaga en la dirección contraria cambió por completo la correlación de fuerzas. Los discípulos de Alex Ferguson se colocaron en formación ofensiva desde el inicio, adelantadísimos, y se rompieron tras el percance del décimo minuto.
Patrice Evra había desaparecido de su cuadrícula defensiva por la crecida efervescencia del United. Andrés Iniesta, en su primera intervención en 10 minutos, más exactamente su primera acción en dos semanas por lesión, intuyó el desmarque de Samuel Eto'o. Ahí puso el pase.
El camerunés, que lleva un último mes obtuso en su zona de cañonero, sacó a colación facultades de extremo derecho, burló el marcaje de Nemanja Vidic, se anticipó a la ayuda urgente de Michael Carrick y tocó de puntera, por abajo, de forma que el largo portero holandés del MU no encontrara la bola.
Y la mejor plantilla del mundo entró en el partido para regocijo del universo culé, José Luis Rodríguez Zapatero incluido, que ahí estaba pegado a Silvio Berlusconi que parecía dormitar -al menos Eva Longoria leía una revista en otra zona vip'-, con el Rey Juan Carlos a su izquierda.
Muchos ingleses no se creían lo que estaban viendo después de esos 10 minutos previos en que sus jugadores pudieron noquear al Barcelona anticipándose en todo. Comentaban que había trampa, que Xavi Hernández no podía ser tan preciso en sus pases ni Iniesta haber estado lesionado. Les habían engañado. Les habían dicho que el peligro era Lionel Messi y resulta que no era exactamente así, al menos hasta bien pasado el ecuador de la primera mitad, cuando empezó el repaso. El Barcelona transitaba por espacios infinitos que ni siquiera el United puede imaginar.
El Manchester tiró de pundonor en su intento de que el partido girara a su favor, pero en la segunda mitad la presión del Barcelona fue aún mayor y el fútbol no se desplazó un milímetro de las botas catalanas.
Aunque Van der Sar y el palo retrasaron la hemorragia, al rechazar remates de Thierry Henry y Xavi, el equipo inglés no pudo evitar que éste último colgara el centro más preciso al área inglesa y Messi recalcara de cabeza que quiere el Balón de Oro 2009 con permiso de Iniesta y del mismísimo Hernández, condecorado con el galardón de mejor jugador de la final.
La historia recordará eternamente a este Barcelona, incluso si su grandeza futbolística se evaporara de súbito tras este primer año insospechado de Pep Guardiola. Lo cual no es nada probable, ni por la filosofía del entrenador, ni por las maravillas que alumbra el club en La Massía y pone a jugar en el Camp Nou, como Sergio Busquets, impecable en el Olímpico romano. Hace 12 meses, sin cambiar de entrenador, peleaba en la Tercera División.


EL PAIS
EN LA CIMA DEL MUNDO

Tuvo el equipo azulgrana el punto de fiebre y de futbol necesarios para conquistar la Copa de Europa en una situación de máxima exigencia y también de adversidad por las lesiones de Márquez, Alves y Abidal y por la calidad del adversario, representante de la que pasa por ser la mejor Liga europea, repleto de figuras. Ni siquiera el Manchester pudo convencerle de que no tenía nada que decir en la final de Roma, el mejor de los escenarios posibles después de triunfar en Londres y París. Ni por viejo ni por diablo hay campeón que repita en la Champions, y menos ante el precioso Barcelona de Pep Guardiola
Guardiola vale un imperio. Y también Iniesta, y Messi, claro, y, por supuesto, Xavi, tres futbolistas que se habían jurado que no pararían hasta ser campeones de Europa en toda regla, como titulares, en calidad de máximos exponentes de un fútbol moderno, elegante, técnicamente perfecto, muy preciso por la velocidad de su juego. El desafio era monumental y, por tanto, el resultado es de ensueño. Ya tiene el Barça tantas Copas de Europa como el grandilocuente y arrogante Manchester.
Aunque cuenta con diferentes caras y varios registros, el Manchester ha sido siempre un equipo vestido para matar porque domina muy bien las áreas y tiene una excelente pegada. Ayer no quiso ceder la iniciativa, sino que se puso la zamarra de campeón desde el calentamiento y se fue a por el partido sin concesiones, sabedor de que disponía de más recursos en la cancha y en el banquillo que el Barça, diezmado por un rosario de bajas que le obligaron a presentar una zaga inédita con Sylvinho de lateral. Hasta cierto punto no fue una sorpresa que los diablos rojos, ayer de blanco, salieran como un tiro y se dieran prisa por resolver la final. Les obligaba el programa.
Al minuto, Cristiano Ronaldo ya había exigido a Valdés en un libre directo y la pelota no salía del campo azulgrana. Atrevidos y organizados, presionaba el equipo inglés en la medular y enfilaba por igual a los laterales y los centrales mientras contenía como podían los azulgrana. A Xavi e Iniesta les costaba entrar en juego y no había conexión con Messi. A la que se juntaron por vez primera, sin embargo, se hizo la luz y llegó el gol. Recuperó Xavi, combinaron Iniesta y Messi y Eto'o le puso el punto y final con un remate al palo del portero después de quebrar a Vidic. El tanto fue una bendición para el Barça, consciente de que nadie le ha remontado un marcador al Manchester los últimos 18 meses, acostumbrado como está a jugar y ganar los partidos al límite.
Los azulgrana jugaron de forma tan inteligente como selectiva, de manera que el Manchester pareció un equipo tan intimidador en el ataque como sorprendentemente vulnerable en la defensa de su marco. Los volantes barcelonistas regulaban bien el ritmo de la contienda y cada vez que Messi enganchaba la pelota se le ponían los pelos de punta a Van der Sar. Al Manchester se le hizo el campo excesivamente largo y tuvo que iniciar el juego desde muy atrás. Los barcelonistas se asociaron con la frecuencia y facilidad que asegura disponer en la cancha de hasta siete futbolistas formados en la cantera. El faro de Iniesta y el regate de Messi les dieron grandeza en los momentos de mayor apuro, cuando el equipo era fuerte por dentro y falto de juego por fuera, más discontinuo que de costumbre y sin tanta posesión del balón.
Invicto en los últimos 25 partidos de la Copa de Europa, el Manchester nunca ha sido un equipo fácil de pelar y menos en una final, vencedor de las tres que llevaba disputadas. Ferguson cargó la máquina de atacar en el descanso: retiró a un medio (Anderson) y dio salida a un ariete tan salvaje como Tévez mientras Rooney pasaba a encarar a Sylvinho. Una vuelta de tuerca al partido que el Barça resolvió con transiciones rápidas a partir de la profundidad que ofrece Henry y de las aceleraciones de Iniesta. Los azulgrana contaron con dos ocasiones consecutivas en diez minutos: Henry remató al cuerpo del portero y el poste escupió un libre directo de Xavi al tiempo que Messi reclamaba un penalti.
Afortunado a la hora de poner en franquía el encuentro, al Barça le faltó suerte para resolverlo cuando mejor jugaba, muy tenso en el ataque y especialmente resultón en la defensa. Achuchaba el Manchester, tan fuerte de pies como de cabeza, durísimo psicológicamente, mientras el Barça resistía en su área y perseveraba en la de Van der Sar. Jugaban los dos finalistas como dos colosos, categóricos en su fútbol, respetuosos con su ideario. Los cambios resaltaron el potencial ofensivo del Manchester y la capacidad de resistencia de Barça.
Después de Tévez apareció Berbatov, de manera que Piqué tuvo que multiplicarse como cierre y Touré en el control del balón. Un momento muy delicado, el instante preciso para los jugadores que marcan las diferencias, el minuto en que se deciden las finales. Y ayer le tocaba a Messi por encima de Cristiano Ronaldo de la misma manera que el aspirante Barcelona le podía al campeón, Manchester. Puyol se arrancó con bravura para recuperar la pelota, la centró Xavi de manera estupenda, con una comba, suave y precisa, y la cruzó Messi de cabeza al palo contrario del portero. Un gol genial para un partido memorable, jugado con un estilo inconfundible. A Guardiola hasta le dio tiempo de cerrar el encuentro con Pedrito. Imposible mejorar el final en el año del trébol del Barça. Un equipo primaveral vuelve al trono del fútbol después de derrotar a un campeón que llevaba muchos años ganando el mismo partido.
A sus 109 años, el Barcelona alcanzo la cima del mundo en el Olimpo de Roma


DIARIO AS

Fabulosa victoria del Barcelona. El Manchester tuvo que rendirse a la evidencia. El fútbol español confirma su supremacía

Ganó el Barça y ganó el fútbol, el bueno, la apuesta generosa, la que no admite más truco que el balón, el juego solidario entendido como un sistema de ayudas y apoyos, un amigo en cada esquina y subvenciones al talento. Ganó el Barça en la ciudad que corona emperadores, venció con absoluta fi delidad a sí mismo, lanzando besos al aire y sumando voluntades porque no hay mejor proselitismo que la hermosura. Ganamos todos, que conste también, porque hay mucho de nuestra Selección en ese equipo y en líneas generales porque, más allá de los colores, nos gusta este invento inglés llamado fútbol.
El palmarés de la Copa de Europa, ayer disfrazada de Mesalina, no recogerá nunca los primeros minutos del partido, cuando el Manchester fue el amo, pero habrá que constatarlos en consideración a la historia y a la resaca rival. En el primer minuto, hace cien años ya, el Manchester acumulaba un disparo a puerta y una ocasión de gol. Cristiano Ronaldo botó una falta desde 30 metros con ese chut que le caracteriza, mitad folha seca y mitad picadura de serpiente. Es difícil decir cuántos problemas le causó a Valdés el balón y cuántos el miedo, la fama de esos cueros con dientes de piraña. El caso es que la pelota se escurrió de sus guantes como una trucha y Piqué impidió el remate de Park. Otro mundo se perdió en ese limbo.
A los seis minutos volvió a disparar Cristiano Ronaldo, otra vez desde lejos y otra vez con veneno de cobra. La acción confi rmaba el dominio absoluto del Manchester y la ausencia total del Barcelona. En la siguiente jugada, Cristiano, siempre Cristiano, controló un balón de fuego con el pecho y lo remató con la zurda. La pelota se perdió junto a un palo dejando un reguero de pánico.
Vuelco
En ese punto, cuando la diferencia de remates era ruborizante, marcó el Barcelona. Iniesta avanzó por el pasillo del ocho y en cada metro fue abriendo un candado. Cuando ya no pudo más, entregó a Etoo, que encaró la portería, quebró a Vidic y si chutó con la puntera es porque no había ni tiempo ni espacio para cargar la escopeta. Van der Sar sólo pudo acariciar el lomo de la pelota.
Son caprichosas las finales. Suelen rescatar a personajes heridos y Etoo, a pesar de sus esplendorosos 35 goles durante esta temporada, ha parecido demasiadas veces incómodo, como si le picara el traje y la vida. Sólo un jugador tan extraordinario se puede permitir el éxito a medio gas, hasta que anoche el destino le premió con el éxito a gas completo.
La fi nal cambió absolutamente. El Manchester, que es un equipo tan altivo como su entrenador, no supo disimular su aturdimiento y a la confusión se sumó enseguida ese rondo que practica el Barcelona y que igual hipnotiza a rivales que acuna a Berlusconi. El sometimiento se prolongó durante cinco minutos porque el partido se escribía con capítulos cortos.
Guardiola había ganado la batalla de las pizarras. Messi, al que se esperaba en la banda de Evra, se fi ltró en la mediapunta, como hizo en el Bernabéu; con Etoo y Henry inclinados a las bandas, la defensa del United, muy rígida, se quedó alineada demasiado cerca de su portería, dejando metros para las maniobras orquestales del Barcelona. Metros para morir.
Más arriba, ni Carrick ni Anderson estaban en condiciones de dar réplica al fútbol de Xavi e Iniesta, incluso Busquets les superaba. En esas dos tiras de hierba, en el país de los bajitos, se decide la superioridad del Barcelona y Ferguson no lo entendió. Quizá le pareció de mal gusto copiar al Chelsea, su modo de cerrar las ventanas y taponar los conductos del aire acondicionado. Y sólo así se puede amordazar a este Barça fabuloso. O intentarlo.
Al cuar to de hora, Cristiano provocó la amarilla de Piqué, que le interceptó en un contragolpe. El monólogo del portugués en los ataques del Manchester podría indicarnos el egoísmo de un jugador individualista, y hoy no faltará quien lo diga, pero su actuación también puede entenderse como un derroche de calidad y pundonor, como un agotador esfuerzo por librarse del naufragio. Si el Real Madrid deja escapar a este futbolista habrá cometido, además de un error deportivo, una equivocación histórica que se medirá en años de retraso.
El tiempo que discurrió hasta el descanso alternó oportunidades, pero también fue señalando una deriva favorable al Barcelona. El idilio entre el balón y los pies de sus futbolistas había pasado de las conversaciones a los frotamientos y de los sonetos a las sábanas. Y nada se puede oponer al amor.
Atasco
En la reanudación, Ferguson agravó las cosas. Retiró a Anderson y dio entrada a Tévez, con lo que debilitó más el mediocampo y colapsó en mayor medida el ataque. El cortocircuito se hizo notar de inmediato. El Barcelona comenzó a jugar más cómodo, más abierto, más mortal. Henry estuvo muy cerca de conseguir el segundo gol, pero fue víctima de su manía de cocinar los pasteles con guinda. No satisfecho con el regate que le dejó en las barbas de Van der Sar, el chef francés quiso agujerearle el orgullo con un cañito. Y no coló.
El Barça ya goteaba sobre la cabeza del Manchester como un gota malaya. A Messi le faltaron dos tallas de zapato para alcanzar un centro al área. Muy poco después, Xavi estrelló contra el palo un lanzamiento de falta. El crujido de esa madera debió despertar al Manchester, que se lanzó sin más estrategia que el corazón en la boca. Fueron dos ratos de susto, poco más.
Recuperado el pulso, el Barcelona volvió a golpear. El gol lo marcó Messi, pero lo inventó Xavi. El centrocampista colgó un centro al área y el balón tuvo la virtud de citarse con Messi, que volaba a su encuentro. Si contactaron por teléfono o telepatía lo ignoro, pero hubo un instante, y se observará en las repeticiones, que jugador y pelota se esperaron hasta coincidir, acelerando uno y retrasándose el otro. El tanto fue soberbio, pues descubrió al más pequeño por el aire, como si viajara en la onda expansiva de una explosión o cayera de algún sitio, del cielo seguramente. El gol, por cierto, también incluía un mensaje, como las galletas chinas. Decía Balón de Oro.
Bajo ese chaparrón de fútbol, el Manchester aún disfrutó de una última oportunidad para reengancharse. Surgió de una incursión desesperada y reunió en el área de Valdés a los mil delanteros de Ferguson. Como no podía ser de otra forma, la pelota, ayer novelesca, fue dando tumbos hasta llegar a Cristiano, su historia pendiente. El portugués quiso chutar con tanta fuerza que se olvidó del sombrero de copa y de los conejos que asoman. Sin más intención que romper la red, su tiro se tropezó con el cuerpo de Valdés, que puso el pecho como los guardaespaldas de Reagan.
Al Manchester, que aún se libró de un gol de Puyol, no le quedó más que desangrarse lentamente. Quien no disfrutó del síndrome de Estocolmo se lio a patadas, como el viejo Scholes, que cargó contra el muchacho Busquets y mereció la roja. Vidic también quiso quitarse el recuerdo de una burla con un leñazo a Messi.
El Barcelona, en la confi rmación de su supremacía mundial e intergaláctica, había negado la posibilidad del suspense y hasta se permitió unos últimos minutos para observar el paisaje, la grada enloquecida y el maravilloso futuro que le espera.





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